La mejor forma de estar comprometido: no comprometerse
El compromiso y la confianza son la base fundamental de las relaciones humanas, y por ende de la economía. Esto hace que el compromiso cobre una gran importancia como sostén de la vida tal como la mayoría la conocemos; vale esta aclaración, porque no debemos olvidar que no es la única forma.
En una de sus múltiples formas, el compromiso está representado en el matrimonio, fenómeno que se desarrolló en la cultura patriarcal como método para garantizar que la prole fuera de un hombre y de ese modo el traspaso de los bienes materiales estuviera resguardado para la “familia verdadera”.
A esta forma de compromiso ampliamente conocida, tan importante para la sociedad en la cual estamos inmersos, se suman muchas otras: compromisos laborales, familiares, sociales, académicos, políticos, entre otros posibles.
Pero, ¿qué es o dónde reside el compromiso? Más que en la relación, el compromiso está en cada una de las partes y es su responsabilidad: es la voluntad individual de asumir una responsabilidad con otro. Es importante tener esto en cuenta porque este es el motivo por el que, frecuentemente, cuando los compromisos terminan, una de las partes está “preparada, consciente, plena” mientras que la otra se ve sorprendida y en muchas ocasiones afectada.
Ahora bien: ¿qué pasa cuando hay una relación y un compromiso formal? Muchas veces las partes comprometidas, basadas en la confianza de su compromiso formal, es decir de un contrato, suelen perder los intereses, intenciones y voluntades que llevaron a crear dicho compromiso, por lo cual la relación empieza a degradarse.
¿Y qué pasa cuando no existe ese compromiso formal, o mejor aun, cuando ese “compromiso” es abierto y permite establecer relaciones del mismo tipo con otros entes, ya sean relaciones amorosas, comerciales, laborales…? Bueno, lo que suele suceder es que quienes participan de la relación, conscientes de esa posibilidad, buscarán recrear las condiciones que dieron origen a la relación y nuevas condiciones que permitan mantenerla según avanza.
Veamos un ejemplo en el ámbito comercial. Alguien tiene un cliente frecuente en su restaurante, y decide crear un contrato para servirle todos los almuerzos del mes. Existe la posibilidad de que, confiado en el compromiso, el dueño del local descuide la cálida atención que le daba a su cliente. O, tal vez, el acostumbramiento le dé al cliente la sensación de una comida ya no tan diferente o una atención no tan gentil como era antes.
Pero si no existe dicho contrato, el dueño del restaurante -–ante la posibilidad que tiene el cliente de buscar otro lugar— posiblemente se esfuerce todos los días por sorprenderlo, por ofrecerle algo nuevo o agradable o especial. Y por otro lado, tal vez el cliente esté cada día dispuesto a probar un nuevo plato o recibir algún tipo de atención e incluso a dar alguna propina adicional para garantizar seguir recibiendo una atención preferencial sobre otros clientes.
Este ejemplo, por supuesto, se aplica a todas las relaciones y es en esta idea donde radica la importancia de un compromiso en el cual siempre exista la libertad de ambos de elegir un nuevo camino, un nuevo lugar. Muy probablemente esto genere que las partes mantengan un esfuerzo constante por mantener sana y vital su relación.
No debemos olvidar algo fundamental para que las relaciones duren más: ser conscientes de que todas ellas tienen la condición de transformarse y que es muy bueno aprender a reconocer cuando una relación ha llegado a un término, en el cual es más importante transformarla en una buena relación de amigos, colegas o socios, que llevarla a un agotamiento que degrade la forma en la que nos percibimos como personas.
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