“Es por la acción efectiva como alcanzaremos lo que tantos soñaron y no consiguieron, porque solo soñaron, pero no actuaron.” (Fragmento traducido del libro Pensamentos desvendados, del Profesor DeRose.)
Esta expresión simple invita a un desafío que no es para nada simple.
Pasar de la idea a la concreción depende en gran parte de nuestros paradigmas.
Esto es evidente cuando aparece un aprendizaje que impacta en nuestra cotidianidad e implica una mudanza de hábitos. Veamos un ejemplo: una persona comprende que el movimiento físico es saludable para ella, pero le resulta imposible ser constante y sostenerlo en el tiempo. Su paradigma determina que hacer ejercicio es equivalente a realizar una práctica deportiva dos o tres veces por semana, pero no había considerado nunca la posibilidad de incorporar el movimiento en su vida diaria (desplazándose más en bicicleta o caminando, realizando una breve rutina de activación y flexibilidad muscular apenas se despierta, etc.). Así, transformando el paradigma, se abre un abanico de posibilidades que quizás se adapten más a su ritmo de vida.
Pensar la filosofía como algo estrictamente teórico nos eclipsa otras formas de encararla, como por ejemplo una filosofía práctica o una filosofía comportamental.
Razonar es muy útil, porque nuestros preconceptos generan emociones y acciones. Si pienso que un día de lluvia es un día feo, cada vez que llueva se va a transformar mi fisonomía y, principalmente, no voy a estar tan receptivo a ciertos detalles como el aroma de la tierra mojada, la frescura renovadora en el verano, el café que me invita a pasar y leer un libro.
Sin embargo, no basta sólo con comprender y razonar. Muchas transformaciones requieren un salto a la acción.
¿Cómo facilitamos ese proceso?
Este es el momento en que toma protagonismo la filosofía práctica. Volviendo al movimiento, sabemos que hay técnicas específicas que al ser sostenidas en el tiempo generan un círculo virtuoso. Como cuando utilizamos una bicicleta: el impulso inicial siempre demanda mayor fuerza, pero una vez en movimiento la propia inercia nos permite invertir menos energía para desplazarnos.
Muchas veces subestimamos los efectos del movimiento en nuestro cuerpo y, sobre todo, el poder de la disciplina. Gracias a diversas capacidades como la neuroplasticidad y la mecanotransducción, el organismo se transforma en función de los estímulos que recibe. Esos cambios no se manifiestan solamente a nivel anatómico, también impactan a nivel hormonal, emocional, conductual e incluso en la forma de relacionarnos con los demás.
Así, al ser constantes en una práctica que fortalezca nuestra estructura biológica, aumente los niveles de energía y desarrolle mayor lucidez y foco, tomar decisiones y transformar hábitos se vuelve más sencillo.
Obviamente, el entorno también es un factor que condiciona el resultado. Sin embargo, ya al intervenir en nosotrxs mismxs, vamos a generar un cambio de frecuencia que verá manifestado a nuestro alrededor y contribuirá a la concreción de nuestras metas.
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