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Cómo volver a casa

Primavera de 2007. Había sido un día soleado; con mis compañeros de la universidad habíamos paseado por el Château de Versailles disfrutando del buen tiempo. Al anochecer, cada uno fue tomando rumbo a casa. Yo decidí quedarme un ratito más. Luego, ya entrada la noche, llegó la hora de partir.


Al arribar a la estación me di cuenta de que había perdido el último tren. Pregunté en el mostrador por otras opciones de viaje y me dijeron que enfrente pasaba un colectivo que me llevaba directo a casa. El trayecto era corto, pero hacerlo en autobús era algo desconocido para mí. Nervios. Ansiedad. ¿Miedo?


Encontré la parada y esperé por lo que pareció más de media hora. Estaba sola y no había mucho movimiento en la calle. ¿Acaso había perdido también el autobús? Mil preguntas y posibles respuestas abarrotaron mi mente: ¿cómo iba a volver ahora?


Instintivamente, decidí caminar siguiendo el trayecto del colectivo para ver si lo veía venir. Caminé atenta por la avenida principal bajo las luces de los reflectores, viendo los autos pasar, escuchando las hojas de los árboles moverse con la brisa de la noche primaveral. A lo lejos se veía el Château iluminado e imponente. Por un momento me sentí pequeñísima. Mi mente seguía barajando opciones de regreso a casa.





De repente vi que se acercaba un autobús y como acto reflejo empecé a correr para alcanzarlo en la parada. Llegué justo, casi sin aliento. Al subir, le pregunté al conductor si me llevaba a casa y me dijo que sí. ¡Qué alivio! Me senté con la sensación de haber logrado resolver el rompecabezas más intrincado.


Ese momento lo recuerdo como si fuera ayer y, si bien seguramente se me escapan algunos detalles, lo que más quedó grabado en mi memoria fue la sensación de alerta y lucidez en la que entró mi mente al saberme lejos de casa y sin opciones para volver.


Son esos momentos en que todo tu cuerpo, tu plano emocional y tu mente entran en sintonía para resolver una situación de aparente riesgo. Mis sentidos se agudizaron para filtrar a mil por hora lo que captaban. A su vez, me encontré inmersa en el momento y totalmente enfocada en encontrar una solución al desafío. Estrés. Sí, estrés.

Con el ajetreado ritmo de vida que generalmente llevamos en estos tiempos, es posible que todos los días se nos presenten desafíos difíciles de abordar y que nos generan estrés. Cuando hablamos de estrés, nos referimos al estado psicofísico producido por el desfase entre tu potencial y el desafío que se te presenta. En sí, no es malo; al contrario, es necesario justamente para poder generar la energía que nos lleve más allá de nuestro potencial para conquistar ese desafío. Sin embargo, cuando ese estado de estrés es constante y no existe un tiempo de asimilación entre un desafío y otro, se nos vuelve en contra.


Aprender a reducir y a administrar el estrés es clave para evitar el burnout y todos sus efectos colaterales. Para eso necesitamos aumentar nuestra reserva de energía. Con técnicas específicas tales como la respiración, el movimiento consciente, el mindfulness, la meditación, podemos aumentar esos niveles, reduciendo así el esfuerzo que nos requiere abordar los desafíos diarios. Aumentamos nuestra predisposición y logramos tener más foco, lucidez, conciencia y convicción.


Quince años después de ese episodio versallesco entiendo que mi organismo actuó como está diseñado para hacerlo, porque estaba preparado para abordar ese tipo de desafíos, como tantos otros. Hoy cuento con más herramientas para potenciar todas mis capacidades, gestionar mejor mi estrés y autosuperarme cada día.



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